Nada Cambia Si Nada Cambia <span>– Laura Natarén</span>
Publicado el 03/22/2022
Nada Cambia Si Nada Cambia – Laura Natarén
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Por Laura NatarénEn Septiembre del 2020 cumplía con mi deber ciudadano de renovar mi cédula en el centro de votación más cercano, el Centro Educativo Básico al final de la cuadra de la colonia donde resido. Esperé en fila durante cuatro horas bajo el inclemente calor tan característico de San Pedro Sula. Con el pasar de las horas, permanecer en el lugar se volvió insoportable. Tanto así que en un momento legítimamente creí me iba a desmayar por el calor. Todo esto sucedió mientras esperaba en fila, sentada en los pupitres de la escuela, bajo el corredor techado que conecta todas las aulas del instituto.
Ante la desesperación, quien me acompañaba me recomendó retirarme bajo la sombra de un árbol cercano. Lo hice hasta recuperar el aliento. Eventualmente regresé a mi lugar en la fila y comenzamos a entablar conversación sobre lo sucedido, muchas otras personas simplemente se retiraron.
Observé mis alrededores y las condiciones se volvieron evidentes. Sobre mi cabeza me encontré con láminas de Aluzinc expuestas, sin un cielo falso que ayudara a regular la temperatura. A los costados ventanas sin ningún otro resguardo que los barrotes en los vanos. Mi deber ciudadano era quedarme en la fila hasta culminar mi proceso, no podía simplemente abandonar el puesto porque el calor me estaba agobiando, al fin de cuentas solo me tocaba soportarlo por un día. Es ahí donde hay que detenerse a pensar… ¿Qué pasa con los y las niñas que asisten a este mismo centro educativo a diario? ¿Qué pasa con las casi 300 personas que reciben clases en este lugar que evidentemente no cuenta con las instalaciones adecuadas para permitir que se desenvuelvan en sus mejores capacidades? ¿Qué hacemos entonces?
Podemos simplemente ignorarlo y continuar con nuestras vidas, pero eso ya lo estamos haciendo, ¿no? Eso ya lo hacen los entes gubernamentales responsables de todos aquellos centros educativos que no cuentan con condiciones dignas para sus estudiantes y cuerpo administrativo. Al simplemente ignorar estos problemas nos convertimos en cómplices de lo que se podría considerar un crimen.
No hace falta recalcar la importancia que tiene la educación y formación académica en la vida de las personas. Esto es un hecho innegable. Con acceso a educación básica los círculos de pobreza se pueden reducir, al tener acceso a una serie de herramientas que directamente influyen en las oportunidades a las que podemos optar. Cuando las condiciones que se le entregan a las personas en busca de un mejor futuro son menos que ideales, ¿Cómo podemos esperar que el rendimiento escolar sea el adecuado? Mas allá de eso, ¿cómo podemos esperar que los y las niñas y jóvenes que asisten al sitio disfruten de su formación académica?
La falta de un espacio recreativo equipado con juegos que estimulen sus sentidos y cultiven su movilidad ya es algo con lo que tienen que lidiar a diario, sobre esto, los pupitres en estado de deterioro que se acoplan mayormente a las necesidades de los más pequeños, y por si todo esto aun pareciera poco, reciben clases en un espacio donde el
calor es insoportable, sin manera alguna de combatir la incidencia solar o mejorar el confort térmico.
Si yo, después de tan solo un par de horas en el sitio –ni siquiera en la temporada más caliente del año—pude identificar una serie de problemas que tiene la infraestructura del edificio que podría estar afectando el rendimiento de los estudiantes, no me imagino cuan conscientes están los niños de todas las formas en que el sistema les está fallando.
Tuve el privilegio de tener acceso a una educación superior, y estoy consciente que ese no es el caso para la mayoría de las personas en mi país. También estoy consciente que con este privilegio existe la responsabilidad moral de ayudar a levantar a todo aquel que podamos para hacer de este país un sistema más justo. Mi carrera, en su función más básica, me ha brindado conocimiento técnico que podría ser de utilidad en el diseño de remodelaciones para la escuela. Tengo la voluntad y parte del conocimiento, estoy segura de que hay más miembros en mi comunidad dispuestos a entregar lo mismo por la causa.
Esto es lo que podemos hacer por la escuela: Conversar con el patronato que se ha hecho cargo de esta durante los últimos años y desarrollar un voluntariado de nuestras horas para hacer una propuesta de mejora para las instalaciones a través de un proceso de diseño integral y participativo. Conversar con quienes se ven directamente afectados y tomar en cuenta sus opiniones; el cuerpo estudiantil, los padres de familia que han depositado su confianza en el sistema educativo enviando a sus hijos e hijas a esta escuela, los y las profesoras que sin duda sufren las consecuencias de un sitio mal equipado para sus labores y aquellas empresas con responsabilidad social empresarial a las que llegaremos a tocar sus puertas para solicitar el financiamiento necesario para llevar a cabo este proyecto.
Este proyecto se presenta como una oportunidad para convertirse en replicable. Existen muchas otras escuelas en los alrededores que necesitan ser intervenidas, que quizá se encuentran en peores condiciones que la anteriormente mencionada. Esto puede convertirse en una red de voluntarios y voluntarias que donan su tiempo, conocimiento, contactos y buenos deseos a las escuelas de la zona para gradualmente mejorar las condiciones de los centros educativos donde se forma el futuro de Honduras.
Es fácil sentirse impotente ante la interminable lista de problemas que enfrenta nuestra nación, especialmente cuando estos son mucho más grandes que nosotros como individuos. Sin embargo, a lo largo de los años, he trabajado para permitir que el espacio donde quiero estar y donde me encuentro actualmente me motive a seguir adelante en lugar de paralizarme. Me llamo Laura, tengo 25 años y me gradué recientemente como arquitecta. Originalmente me decidí por mi carrera con la idea de adentrarme en el desarrollo de proyectos de vivienda social para mi país. Con el paso de los años me interesé por el urbanismo y la rehabilitación de ciudades, ambos temas muy reales que definitivamente deben ser abordados, pero también muy complejos por sí mismos, no tan fáciles de resolver como parecen. En mi desesperación y deseo de hacer cosas que importen y sean relevantes para mi comunidad a nivel macro –a nivel de ciudad– me encontré con algunos colegas arquitectos latinoamericanos que recomendaron acercarnos a nuestras comunidades; escuchar las necesidades de estas antes de lanzarnos de cabeza a resolver problemáticas tan grandes como las mencionadas anteriormente; a depositar nuestro amor y esfuerzo en proyectos que pueden tener un impacto directo en las vidas de las personas que nos rodean. Abordar problemas puntuales como estos nos puede ayudar a acercarnos más a nuestras comunidades y a conectarnos con las necesidades de
su realidad diaria. Todavía deseo trabajar por las otras temáticas de mi interés en algún punto de mi vida, pero en este momento también reconozco que llegar a nuestras comunidades es una herramienta poderosa para cambiar las cosas un paso a la vez.
No hacer nada sobre los problemas que reconocemos en nuestras comunidades nos vuelve complacientes, o peor aún, felizmente ignorantes, una credencial que ciertamente no quiero lucir con orgullo. Nada cambia si nada cambia. Leí eso alguna vez en un mural pintado por un artista al que admiro. En aquel momento la simple frase no parecía transmitirme mucho, pero cuanto más lo pensé, más fácil me resultó entender. No podemos quedarnos inactivos y lanzar críticas por doquier con la esperanza que sea suficiente para que las cosas cambien. Debemos actuar, y esto a cambio tendrá un efecto multiplicador. Para transformar Honduras se debe comenzar por los núcleos más básicos; nuestras comunidades.